Por un lado,
son necesarias políticas públicas que incrementen el ritmo de crecimiento
económico. El crecimiento incrementa el tamaño de la torta cuya distribución
puede alcanzar a una mayor cantidad de personas para obtener empleos de
calidad, mejorar sus ingresos y alcanzar mejores estándares de vida. Sin
embargo, las políticas que incrementan el crecimiento económico implican
disciplina y esfuerzo de parte del Estado, las familias y las empresas.
Por ejemplo,
es necesario invertir en infraestructura básica, en educación y salud de alta
calidad, en capacidad instalada y en nuevas tecnologías para incrementar la
producción y la productividad. Para financiar estas inversiones públicas y
privadas se requiere incrementar la tributación y el ahorro público y privado.
Esto significa restringir los gastos corrientes y los programas de
transferencias del Estado; aumentar los aportes jubilatorios de los
trabajadores reduciendo su consumo. En resumen, las políticas para crecer más
rápido imponen esfuerzos y sacrificios para las generaciones presentes para
alcanzar un mayor bienestar en el futuro, especialmente para nuestros hijos y
nietos.
Sin embargo,
en sistemas económicos y sociales cada vez más complejos, la distribución de la
producción y los ingresos resultantes entre los participantes del proceso
productivo es también muy compleja. Económicamente aquellos recursos más
escasos y más productivos tienen mayor remuneración, por lo cual la
distribución necesariamente resulta desigual. Esto genera grandes confusiones,
es la fuente principal de conflictos en las sociedades contemporáneas y las
soluciones planteadas con regulaciones y grandes programas redistributivos
insostenibles han generado estancamiento y crisis recurrentes.
Alcanzar los
umbrales de un país desarrollado en esta época de libertades y democracia
requiere una sintonía muy fina que combine una economía de mercado competitiva
que genere los incentivos para ahorrar, invertir e innovar continuamente para
crecer, con políticas públicas que minimicen la desigualdad resultante en la
distribución de los ingresos. No hay una solución mágica. Hay que encontrar una
combinación adecuada entre tasas de crecimiento de convergencia y niveles
mínimos de bienestar basados en políticas redistributivas. Cada país debe encontrar
su camino en base a un diálogo social sincero e informado entre los distintos
estamentos de la sociedad.
Un aparato
estatal eficiente que preste bienes y servicios públicos de buena calidad es un
instrumento fundamental para promover una sociedad igualitaria garantizando un
acceso universal a servicios de educación, salud y otros servicios esenciales
para el desarrollo del capital humano de las personas independientemente del
nivel ingresos de las familias de origen. En esto estamos fracasando todos los
países y en especial nuestro país.
Necesitamos
transformar la educación para mejorar drásticamente su calidad y garantizar un
acceso universal a servicios de salud de calidad. Además, es necesaria una
distribución equitativa de los costos que requerirán la mejora y ampliación de
estos servicios para lo cual debemos avanzar hacia una mayor progresividad del
sistema tributario. Estas son las grandes prioridades y desafíos de nuestro
país para avanzar hacia una sociedad más desarrollada y más igualitaria en las
próximas décadas.
Para generar confianza y capital social para dialogar, son necesarias señales de cambio por parte de los actores políticos en la asignación de los recursos públicos. Terminar con el clientelismo en la contratación y promoción de funcionarios y crear un mecanismo transparente de concursos públicos; terminar con la discrecionalidad en los reajustes salariales con una política salarial que promueva el desempeño; etc. El proceso necesariamente es gradual y requiere un amplio consenso que trascienda a los gobiernos de turno.
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