Gobernar es una cosa, administrar otra y hablar al público es otra distinta. Uno de los problemas que tenemos en la forma de percibir y calificar el desempeño de nuestros gobernantes se relaciona con la confusión que puede haber en estos tres conceptos. Ocurre que en las campañas electorales, las candidaturas representan ofertas políticas que se tratan de moldear como soluciones ante las demandas de una atribulada realidad social. Ya en funciones, las(os) gobernantes demuestran su capacidad política y de gestión –o la ausencia de-, ante un contexto social e institucional que frecuentemente presenta desafíos que rebasan la capacidad individual para salir del paso. El buen gobierno no es atributo de una persona, sino que parece ser la variable dependiente de una compleja interconexión de actores, instituciones, recursos y decisiones que funcionan en un ambiente donde nadie tiene control pleno de todos los factores que definen la realidad.
Una de las
primeras lecciones que se enseñan a quienes se interesan en los asuntos
gubernamentales tiene que ver con entender que un gobierno no es un monolito
con una estructura armónica y comportamiento lógico. La construcción del
entramado gubernamental requiere de enlaces políticos que hacen funcionar –bien
o mal- a la estructura. Si se me permite la metáfora, la política es el ácido
desoxirribonucleico (ADN) que contiene las instrucciones de funcionamiento y
desarrollo del gobierno; por tanto, responde a sus reglas. Está en su
naturaleza. Incluso si nos ponemos contractualistas, podemos afirmar que todos
formamos parte de este enorme cuerpo político que constituye el Estado y cuya
cabeza –el Gobierno- dirige sus destinos.
[Breve
Intermezzo Cultural: por favor eche un vistazo al frontispicio original del
libro "El Leviatán" de Thomas Hobbes publicado en 1651, donde el
artista Abraham Bosse ilustra en grabado al Estado como un monstruo compuesto
por unas trescientas personas que representan al pueblo que mira hacia adentro,
haciendo una alegoría contractualista de la formación del estado a partir de la
cesión individual de una porción de nuestra propia libertad. La portada
completa no tiene desperdicio, pero quizás sea conveniente escribir sobre ello
en otra oportunidad.]
El problema
viene cuando la confusión de lo que significa gobernar proviene de los mismos
personajes que encabezan al gobierno. Este padecimiento se observa con mayor
frecuencia en la rama ejecutiva de cualquier ámbito gubernamental –sea federal,
estatal o municipal-. Existe una enorme dificultad por entender que además de
hacer política, los cambios en la realidad dependen más de la capacidad
administrativa de un gobierno. Lo hemos dicho anteriormente: la administración
pública es el brazo operativo el gobierno. La política piensa, la
administración ejecuta.
Es problemática
la notoria asimetría en el trabajo gubernamental de quienes privilegian a una
actividad sobre otra. No es aceptable la posición de quien dice reconocer la
importancia de un asunto –por ejemplo, la violencia por razón de género-
haciendo pronunciamientos políticos, sin corresponder con voluntad política y
capacidad administrativa y presupuestal a ese tema concreto. Contrario a lo que
algunos insisten en creer, los problemas públicos no se resuelven solo con
comunicación política. Los discursos por sí mismos no salvan vidas, las
acciones políticas y administrativas sí.
Gobernar con eficacia implica vincular en una misma ruta el pensar, decidir, hacer, lograr y comunicar en un ambiente social complejo. Y esa es la razón por la que un gobierno de calidad no puede depender solamente de una persona. Un individuo incide, pero no determina lo que logra un gobierno.
0 Comentarios